5:00 a.m.
Sabía que al hacer este viaje me iba a encontrar con uno de los amaneceres más hermosos. En la ruta que conduce de Pasto a Buesaco miré la luz cambiar, el sol había pintado las nubes de color anaranjado y las montañas tenían formas caprichosas y mientras yo bendecía al nuevo día, el conductor del bus entonaba un corrido que decía: - “ponte el vestido rojo para cuando me muera”…
Detenidamente observé el paisaje y en el vacío de la cordillera, descansaban unas planicies imponentes que parecían pistas de aeropuerto; al lado de ellas, el municipio del Tablón de Gómez y hacia la parte superior de este municipio, un ángulo diferente del Volcán Galeras.
Por entre pinos, cafetales y platanales que cercaban la carretera, llegué a Arboleda. Me encontré a tres personas caminando por ahí y a una de ellas le pregunté donde quedaba el restaurante “La paisa”, pues necesitaba desayunar.
Siempre he pensado que los “paisas” como se les llama a las personas de Antioquia, Risaralda Caldas o Quindío son muy amables, graciosos y alegres. Pero a Arboleda, quizás, llegaron “las paisas” más aburridas y malgeniadas.
A una de ellas le pedí mi desayuno, no me miró a los ojos ni dijo nada. Cuando me lo sirvió me lo tiró desde lo alto y el chocolate se regó. A ella no le importó. Posiblemente le caí mal pero al rato me di cuenta que a todos nos trataba de la misma manera. Eso no me gustó, me sentí agredida porque para mi no hay cosa más desagradable que en algún lugar me reciban o me atiendan mal.
Sabía que al hacer este viaje me iba a encontrar con uno de los amaneceres más hermosos. En la ruta que conduce de Pasto a Buesaco miré la luz cambiar, el sol había pintado las nubes de color anaranjado y las montañas tenían formas caprichosas y mientras yo bendecía al nuevo día, el conductor del bus entonaba un corrido que decía: - “ponte el vestido rojo para cuando me muera”…
Detenidamente observé el paisaje y en el vacío de la cordillera, descansaban unas planicies imponentes que parecían pistas de aeropuerto; al lado de ellas, el municipio del Tablón de Gómez y hacia la parte superior de este municipio, un ángulo diferente del Volcán Galeras.
Por entre pinos, cafetales y platanales que cercaban la carretera, llegué a Arboleda. Me encontré a tres personas caminando por ahí y a una de ellas le pregunté donde quedaba el restaurante “La paisa”, pues necesitaba desayunar.
Siempre he pensado que los “paisas” como se les llama a las personas de Antioquia, Risaralda Caldas o Quindío son muy amables, graciosos y alegres. Pero a Arboleda, quizás, llegaron “las paisas” más aburridas y malgeniadas.
A una de ellas le pedí mi desayuno, no me miró a los ojos ni dijo nada. Cuando me lo sirvió me lo tiró desde lo alto y el chocolate se regó. A ella no le importó. Posiblemente le caí mal pero al rato me di cuenta que a todos nos trataba de la misma manera. Eso no me gustó, me sentí agredida porque para mi no hay cosa más desagradable que en algún lugar me reciban o me atiendan mal.